Niño sin tira piedras

Wanderlino Arruda

Me quedo pensando si el hombre que escribe semanalmente sobre los animales grandes y pequeños, salvajes y domésticos, nuestro Reivaldo Canela, fue por cierto un niño sin tira piedras, un muchachito desarmado, un jovencito pacífico con el gobierno de la naturaleza.

El motivo de mi preocupación es saber que Reivaldo vivió los años de mayor agitación de la chamacada, todo más romántico, pero al mismo tiempo mucho más violento, tiempo de juegos de guerra, cuando cada chiquillo o era bandido o soldado. Es que él de eso no tengo dudas, creció fuera de esta fase de ahora, con los niños envueltos sólo con juegos de la era electrónica; la televisión, aparatos de sonido y entradas o miradita en las tiendas de máquinas de locos barullos.

Digo eso, porque mi generación, que es también la de él , tenía que construir sus propios juguetes, las propias armas de ataque y defensa, como: trampas para cazar y pescar, quiebras, visgos, cuchillos de hojas de flandre y de aquellas cintas de acero que venían amarrando los paquetes de mercancías de las tiendas y los almacenes. Fue nuestra generación la del feliz “LAISSEZ FAIRE” de toda especie de instrumentos de sobrevivencia de la alegría, en todo tiempo libre después de la escuela.

Sé que vivi tira piedras o cualquier otro tipo de atractivos para cazar pajaritos en la fase nueva de los niños que vi crecer en los barrios de las grandes ciudades, principalmente en los más modernitos de clase media, con todo limpiecito, calzados con tenis, casi siempre andando en bicicleta, yendo y viniendo sin mucha anarquía, bien distinto de lo que solía suceder tiempos atrás.

Los muchachos actuales, o de poco tiempo atrás, ya no tuvieron a su disposición el mund ode los pajaritos, aquel mundo en cantidades y abundancia, que se tornaba un gran atractivo a la guerra de conquista de todas las horas, antes o después de los baños desnudos en los pozos y en los charcos, que uno descubría donde quiera que estuviesen.

Parece que todo cambió en el modo de crianza, después que fueron inventados los baños dentro de casa, todo de azulejos, y las tiendas comenzaron a vender juguetes a plazos y el teléfono pasó a ser un instrumento de uso general, niños hablando de lejos con otros niños.

Claro, que hoy ya no tengo problemas de conciencia con relación al amor que Reivaldo dedica a los pajaritos, él quien gasta ni sé cuanto en harina para alimentar a los do-me-reís y sus gorriones.

Puedo afirmar que nuestro moderno y actual San Francisco de Assis vive normalmente con los pajaritos, recibiéndolos en los manos, todo basado en el cariño de la amistad natural en un convenio no firmado, en un pacto de noagresión, grato a ambas partes.

Yo vi a Reinaldo conversar con los pajaritos, parece hasta Ilamarlos por sus nombres, haciendo que aquel gran bando de pájaros venga para su lado, palpitantes de alegría inocente picando aquí, aleteando allí... Contentos con la vida, a ejemplo del fiel protector de la plaza de la Santa Casa de Salud.

Para comenzar o finalizar esta conversación, la casa de Reivaldo ya es un gran vivero, con todos los árboles que los pajaritos le pidieron a Dios, un encanto de ramas y hojas de toda especie.

Debe ser bueno ser amigo de los pajaritos como Reivaldo aprendió a ser, amistad, sin interés, sin perspectiva de retribución, a no ser la de la felicidad. Amigos sinceros, el hombre y el animal de confraternizan todas las veces que se encuentran, marcada a no la hora, pues, no es posible visitar al padre poeta, en la casa de al lado, sin pasar por la pajerera. Y que, felices, ellos convivan por siempre.
¡Felicidades, por tanto!