El hambre del león de Adauto

Wanderlino Arruda

Quien ha inventado el mayor número de lances de la historia de los circos pobres es Adauto Freire. Por mi parte, he dado la mayor contribución que soy capaz de dar, sin embargo, nunca consigo alcanzar su imaginación: a cada minuto con un nuevo colorido, un detalle diferente, una figuración más humana para dar más crédito a la creatividad.

La anécdota ya tiene unos quince días y contada y vuelta a contar, principalmente para Consuelo y para Mariaziña, le da siempre un sabor nuevo y un halo de simpatía.

Raquel se ha encantado con los eventos, tanto en el trabajo como en la casa, pues Rafael y Rodrigo ya se especializaron en armar circos de juguetes sólo para hacer rugir con depresión y tristeza. Paulina, Paulo Sidonio, Maniño, Elizena, más sérios se preguntan hasta que punto algo así es posible.

Realmente, era un circo bien pobrecito, aunque dotado de un buen payaso, de un artista traga candela, de aquella trapecista rubia que no podía faltar, un vendedor de caramelos y chucherías y el domador del león.

La trapecista era la vendedora de los boletos de entrada cuando encontraba a alguien con coraje para comprarlos. El domador del león era el mismo encargado de la pirofagia, o sea, el lambedor de las varetas, y de vender los caramelos y de las gomas de mascar, mejor conocidas por el nombre de chicletes. El payaso acumulaba también la función de dueño y gerente de la Campañia. Como bien podemos ver, poca gente, que en condiciones normales sería fácil mantenerse.

La verdad, en la práctica, era una lástima, era un miserere de los pobres, como diría Tadeu Leite en los tiempos en que todavía era radialista lengua lisa con el látigo en la boca.

Con el transcurso del tiempo, pasala la primera semana con una concurrencia normal, el circo se convirtió en una verdadera escuela de sacrificios, el hambre se soltó, privación total, mitigada apenas por dos matas de mango rosa frente a la billetería.

El payaso de tan pálido por la desnutrición ya no necesita usar pintura amarilla ni blanca, lo que éste aprovechaba para hacer ahorros con el maquillaje, necesitando entonces, solamente el rojo, el negro y el azul. Durante el día, trabajaba como vaquero en una finca cercana y en su tiempo libre trabajaba como empaquetador en un supermercado.

La trepecista fue a ser criada para el almuerzo y la comida en la casa del médico, trabajando también como lavandera en su tiempo de descanso.

El domador el león vendía raíces en el mercado, principalmente en el horario de darle de comer al león, pues ya no aguantaba más las lamentaciones del mismo, que a todo momento rugía: “es lugarrr”.

Difícil de verdad era la situación en que se encontraban los niños, hijos de la necesidad con cara de herejes. Acostaditos, infelices, de barriga para arriba, cerca de las matas de mango. Cuando veían un mango ya con un poquito de brillo, subían por el tronco y les viraban para que cogiesen sol del otro lado y se maduraran más deprisa, mientras el hambre no fuese de muerte.

Cuando la situación apretó de verdad Ilegando a un absoluto estado de pobreza, la mitad de la carpa fue vendida para ser usada como lon para cubrir el camión del carbón y las tablas de las gradas fueron cedidas por el mismo precio que habían costado al comprarlas para tapia en la construcción de un grupo escolar de la Alcaldía.

Lo más gracioso, en la bancarrota de la empresa, fue, lo hecho con el león, y eso Adauto lo afirma como testigo presencial: pasaron jabón de coco con agua en el cuerpo de la fiera, lo afeitaron todo y lo vendieron como perro para un cazador de Montes Claros, ciudad sede de la región.