Visión de artista

Entre todas las ciencias humanas, la Literatura ocupa uno de los más importantes papeles, y como costumbres de las épocas, de los pueblos y las regiones. El literato, como el artista plástico, obtiene, de un acontecimiento o de cualquier cosa, el ángulo marcante, un prisma de visión, la denotación y la connotación, que unos ojos normales, no consiguen ver.

Ese grado de sensibilidad, en todas las dimensiones de los sentidos, sólo el artista lo consigue. Y por eso torna diferente de su generación y se sumerge en una suprarealidad, en un mundo de diferentes emociones estéticas, creando imágenes, sonidos y movimientos, descubriendo colores, formas, perspectivas, aflorando erizamientos de dolor, encantamientos de alegría y frescor de nostalgia.

No sé que sería de la vida, de la historia si no fuese por los artistas.

No hace mucho tiempo, en la toma de posesión de Joao Valle Mauricio como presidente de la Academia Montesclarense de Letras, hablé de la importancia de la Literatura en ese registro que actualiza a las generaciones, haciendo ínterpenetrar la sensación de tiempo-espacio, mezclando y puntualizando hechos, de manera tal que coloca al mundo en una dimensión de casi intemporalidad. Mencioné como ejemplo la anécdota ligada a nuestra propia región, en el caso de un viaje por la Ferrovia Central de Brasil, en un tren con locomotora movida a carbón, a partir del movimiento alegre y conmovido de la antigua estación de Montes Claros.

Era la historia de un jovencito montesclarense que iba a participar de la fiesta del Señor del Bonfim, en Bocaiuva, uno de los episodios más gratos de nuestra literatura norte mineira. El jovem, por ser su primer viaje en tren Ilegó emocionado a la estación en medio de gestos, de los gritos del viejo Matías Peixoto, que en aquel día, estaba más interesante y altivo que nunca, de gorra y chaleco, pareciendo el dueño del andén.

El muchacho vio a toda la gente que iba a viajar o a despedirse. Vio a los funcionarios de la Central en apuros de última hora. Vio a jefe del tren, montando en el más alto estilo, sonando el silbato que anunciaba la partida. Oyó al maquinisa dar el acelerón de salida. Vio manos que se balanceaban dando el adiós, de dentro y de fuera de los coches. Vio Ilantos, vio risas, vio fisonomías nostálgicas capaces de provocar compasión. Agitado salto los escalones de dos endos y se encontró con um vagón Ileno, repleto de pasajeros. Miró lejos, cerca, todo Ileno, repleto de gente. Por suerte descubre un asiento vacío al lado de una joven y palpitante morena, por demás muy bonita, sacudida, un encanto, un pedazo de mal cariño. Corre y toma pose del lugar más que ligero. Sentado, acomodado, casi dueño de sí, miraba de reojo, respira profundo, traga en seco, pestañea, levanta los hombros, se encoge todo de emoción. Cuando vuelve a su estado normal, se mueve, levanta el codo, se arregla y zás, roza el brazo de la muchacha. Una cosa deliciosa aquel cosquilleo sabroso, aquel friecito en la boca del estómago, un vapor en las orejas. Siente deseos de escupir, mira para el suelo o ve que no puede – mira pa la ventanilla, el cristal está cerrado. Intenta abrirla, pero no lo consigue. Con fuerza, pero tampoco lo logra. Con el movimiento, se recuesta de nuevo en la morena, y siente el olorcito, bueno de mujer joven y se queda todavía más para allá de emoción. Después de mucho intentar, el cristal baja y él escupe para fuera, al final, descansado, consiguiendo el primer alivio, después de tanta comodidad e incomodidad.

De ahí en adelante, el tren prosigue balanceándose, sonando al compás café con pan, mantequilla no y el escritor deja lo sucedio para la imaginación de cada lector, incluso de la mía, que al mencionar lo acontecido, lo presentó en un nuevo ropaje, fantaseado, a mi modo, adaptado a mi estilo.

Es así que entiendo la literatura, es así que siempre procuro ensenãr a mis alumnos el arte de escribir, pintando, dibujando caracteres, marcando episodios incentivando los recuerdos.

Realista o romántico, simbolista, concreto, nadie consigue escapar de lo que manda la vida y, por eso, el escritor tiene que ser fotógrafo y pintor al mismo tiempo, músico y cineasta, en la búsqueda de todas las posibilidades del acontecer.