No
creo que exista otra ciudad en
el mundo con calles de nombres
más graciosos que las de
Lisboa. Parece que los portugueses
que vivieron más cerca
de El-rey tenían más
aguzada la imaginación,
si eran más románticos,
o, entonces, querían notoriedad
por el lado alegre de la vida.
Los lisboetas, los lisbonenses,
los ulisiponenses, conforme su
grado de erudición, o simplemente
los alfaciñas, atendiendo
al grado de intimidad, fueron
siempre gentes bien dispuestas,
llenas de vida, vanidosos por
su ciudad.
A Roma la llaman “ciudad
eterna”, pero yo creo que
Lisboa es la que es una ciudad
para nunca olvidar, realmente
inolvidable. Nadie pasa por la
capital portuguesa como un simple
pasajero. Lisboa es una tierra
que provoca añoranzas para
el resto de la vida, fina, acogedora,
educada, rebozante de cultura,
inteligencia y arte en cada calle,
en cada callejón; en las
plazoletas, plazas, las laderas,
los terraplenes, las callejuelas
o avenidas, en el morro del Castillo
o a las orillas de Tejo.
Eterna
señorita, novia y enamorada,
Lisboa tiene la magia de los recuerdos
de muchos siglos de historia el
encanto de las descripciones literarias
de Eça, de Herculano, de
Castillo y hasta de nuestro recordado
David Nasser, que tanto amó
lo que llamaba de “mi abuelito
Portugal.”
Si Lisboa fuese brasileña,
podríamos llamarla Dulce
de coco, cuya sazón de
clavo y canela parece penetrar
nuestro corazón. Y si el
visitante es muy amoroso, realmente
sentimental debe descubrirla recorrerla
de punta a punta, vivirla con
cariño y sufrimiento.
Apasionante como Lisboa, tal vez
solo nuestro Salvador, ciudad
de todos los santos. Bonita, es
posible quizás como Rio
de Janeiro. Acogedora, quien sabe
solamente Fortaleza o Maceió.
Lisboa mucho tiene de Manaus,
Porto Alegre, Belo Horizonte y
Curitiba. Vistosa, efervescente,
antigua y moderna al mismo tiempo.
Lo
delicioso es que Lisboa nunca
pierde su encanto, con sus viejos
elevadores, antiguas iglesias,
los caseríos de tejados
rojizos en Alfama, en las márgenes
del Tejo, rio-mar con blancas
gaviotas, historia viva en las
paredes de piedra del Castillo
romano de São João,
el Rossio, el Chiado, el Trancia
valiente de la Graça, las
Cigüeñas de los Sete
Rios, los pregoneros de la calle,
las prostitutas de estolas negras,
las artesanas de tacones altos
y relucientes aretes de oro, el
Barrio Alto, el sonar de Fado.
Encanto en todos los rincones.
Pero
lo más exquisito en Lisboa
son los nombres de las calles
o de todos los lugares por donde
pasa la gente, por donde uno pasa.
Nadie puede olvidarlos: Callejón
de la Enamorada, Plazoleta de
las Garridas, Pozo de los negros,
Patio del albergue de los niños
abandonados, la Acera de San Miguel,
Callejón del Pozo, Calle
de las Escuelas Generales, Calle
de la Fresca, Calle de la Bien
situada, la Quinta del espía,
Patio de Joaquín Policía,
Patio de las locas, Entronque
del pollo, quinta de la argollita,
Calle del Huerto Nuevo, entronque
de los sin dinero de las Escuelas,
Patio de la plancha de almidonar,
Entronque del palo de hierro,
Ala de la bruja... ¡Todo
una gracia!
Tiene
más, tiene mucho más:
El patio de la abundancia, Calle
de la cocina económica,
Calle del Huerto de las tripas,
Calle Joaquín el lechero,
Barrio de las gallineras, Callejón
de la Fila, Plazoleta de la Fuente
de dentro, Callejón del
Pocito, Calle del Bien hermoso,
Villa del peinado, Calle de Alfredo
Pimienta, Plazoleta de la Bomba,
Callejón de los surradores,
Entronque de la cabra, Villa de
la Calabaza, Calle del saco, Entronque
de la trenza, Calle del hueco,
Calle de los buenos días,
Patio de Mariana Vapor.
Cinco son las calles llamadas
Derecha, una es llamada Izquierda,
Calle de la Patria, Calle del
oro, Terraplen del paso.
Cuanta abundancia de calles con
nombres de santos, solamente de
Santo Antonio, casi cincuenta.
Existen
hasta el entronque de los placeres,
la Calle de la Triste Fea y la
Plaza de la Alegría.
No sé cuando, pero todavía
voy a verlas de nuevo.
Wanderlino
Arruda