Portinari
y Brodosqui
Wanderlino
Arruda
Quien
ya habló,
con mayor
ternura
sobre Cándido
Portinari
fue mi amigo
Henrique
Tondinelli
Filho, compañero,
vecino y
camarada
en la pasión
por la pintura.
Mi antípoda
por nacimiento,
pues yo
del norte
y él
del sur
, yo de
San Juan
y él
de San Sebastián
del Paraíso,
Tondinelli
y yo hemos
sido fraternos
admiradores
de la filosofía
y del arte.
Y
fue así
y por eso,
que mi amigo
Tondinelli,
aunque a
distancia,
me sirvió
de guía
en una de
mis andanzas
por el interior
de São
Paulo de
paso para
una temporada
en Rio Grande
del Sur.
Que lindo
recorrido,
iniciado
por Furnas,
Passos,
San Sebastián
todavía
en Minas
Gerais.
Después
de pasar
por la frontera,
no muy distante
allá
estaban
dos pequeñas
y maravillosas
ciudades
paulistas,
las bien
limpiecitas
y románticas
Batatais
y Brodósqui,
tierras
de cultivo
y amor del
gran Portinari.
En
las dos,
las huellas
de la dedicación
de uno de
los mayores
genios de
la pintura
brasileña.
En Batatais,
en la Iglesia
Matriz,
gran parte
de su obra
religiosa;
en Brodósqui,
su tierra
natal, la
existencia
y por trabajo
del hijo
ilustre.
En
Brodósqui,
todo y sobretodo
Portinari,
una mezcla
de encantamiento
y de colores,
vida convivida
con la nostalgia,
traducción
legítima
de eternos
matices
de un azul
muy azul,
el color
del amor
y del agrado
del reconocido
maestro.
Fue
en Brodósqui
en contacto
portinariano
que me llevó,
más
tarde, a
descubrir
lo que debía
haber sido
descubierto
hace mucho
tiempo,
lo que debía
haber sido
natural
y muy natural
en la ruta
de otro
pintor.
Por más
increíble
que parezca,
fue allá
mi camino
para la
visita a
la Pampulia,
en Belo
Horizonte,
muy poco
tiempo después,
para ver
y rever,
ahora con
los ojos
de quien
sabe ver,
cuadros
y murales
de Portinari.
Fue
allá
como lo
fue en Batatais,
mi ruta
para una
nueva visita
a los murales
del Ministerio
de Educación
en Rio de
Janeiro,
donde el
artista
creó
fama. De
allá,
otra nueva
caminada
esta vez
al Museo
Nacional
de Bellas
Artes, también
en Rio,
para tener
una nueva
visión,
sobretodo
del cuadro
"El
Café",
aquel del
verso de
la nota
de cincuenta,
lleno de
gordos cargadores.
Por
todo eso,
le estoy
muy agradecido
a Henrique
Tondinelli
Filho, como
yo, montesclarense
de corazón
y de trabajo,
como yo,
muy apasionado
por los
colores
y las perspectivas,
un ávido
ratón
de galerías,
ferias y
exposiciones
de artes.
Usando las
mismas escalas
estructurales
de los párrafos
anteriores,
cuando hablé
de ciudades
y caminos,
puedo decir
y afirmar,
que mi camino
para Portinari
pasó
antes por
el camino
de Tondinelli.
Como
nadie ama
lo que no
conoce,
y lo que
los ojos
no ven el
corazón
no siente,
para amar
a Portinari
es preciso
conocerlo,
y para conocerlo
bien es
necesario
pasar por
Brodósqui.
De
parte mía,
DEO GRATIA!...