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Nathércio
França
Wanderlino
Arruda
Soy
de los
que acreditan
que la
finalidad
de la
vida es
practicar
el bien,
o ser
feliz,
o estar
siempre
en paz
con el
pasado
y en confianza
con el
futuro.
Soy
de los
que acreditan
que el
mejor
día
de nuestra
vida es
el día
de hoy,
la hora
que estamos
viviendo.
El
buen proceder,
en el
presente,
redime
las encrucijades
que ya
se fueron
y preapara
un provenir
que de
alguna
forma,
nos garantice
una normalidad
de mente
y de corazón,
apartando
posibles
e innecessarias
preocupaciones
anticipadas.
Así
cada día
se convierte
en nuevas
oportunidades
de trabajo
y de aprendizaje,
en nuevos
medios
de consolidad
amistades,
el tiempo
positivo
de dejar
nuestra
huella
de nuestra
caminada
por la
tierra.
Y
parece
que no
estoy
solo en
modo de
pensar
y de actuar.
Aun existen
muchas
criaturas
que se
preocupan
en la
búsqueda
alegre
de la
felicidad,
en la
afirmación
de los
valores
afectivos,
en la
valoración
de las
riquezas
eternas
del amor.
Gente
que conviviendo
con el
musndo
de la
máquina
y recibiendo
los impulsos
de la
electrónica
refieren
al bien
estar
del alma
de las
personas
y de las
cosas.
Gente
que se
siente
feliz
con la
felicidad
ajena,
que se
emociona
con la
alegría
que reparte
sinceramente
el bien
con todos
sus semejantes.
Conversando
ayer en
el Centro
Cultural
con el
padre
Aderbal
Murta
de Almeida
procuramos
repasar
antiguos
asuntos,
revivir
antiguos
recuerdos,
apuntar
hechos
marcantes
que engrandecen
el patrimonio
ideológico
de Montes
Claros
en lo
cognoscitivo
y en lo
emocional
de la
historia.
El
citó
innuberables
ejemplos
de lo
grandioso
de la
bondad
y de la
fe, del
amor de
espontanea
dedicación
al bién,
de aquel
rayo de
luz que
acompaña
la escala
avolutiva
de figuras
que marcaron
nuestro
humanismo
y nuestra
cultura.
Resumiendo,
él
propuso
dos nombros,
que personalmente
consideraría
a los
más
importantes
en la
galería
del bién,
en el
amar y
en el
perdonar,
en la
sabiduría
del ser
y del
vivir.
Expuso
lo primero,
destacándo
el trabajo
del Padre
Marcos
y, cuando
yo iba
a interrumpirlo,
intentando
apuntar
el segundo,
el se
adelantó
mencionando
el nombre
que ya
yo tenía
en la
punta
de la
lengua,
recordandóse
clara
y alegremente
de Nathércio
frança,
nuestro
gran Nathércio.
Miré
para Nivaldo
Maciel,
quien
conversaba
com nosotros
y vi que,
por su
consentimiento,
si demorásemos
más
un poquito
el hubiese
pronunciado
las mismas
palabras
antes
que nosotros.
De
hecho,
considerando
el punto
de vista
de la
capacidad
del bién
vivir,
del existir
con sabiduría
y majestad,
del ser
hermano
y amigo,
del compañerismo
y de la
fraternidad,
es Nathércio
França
la mayor
figura
de la
história
de Montes
Claros.
Nadie,
lo que
se dice
nadie,
puede
dejar
de admirarlo,
de sentir
la evolución
de su
amor,
de compartir
con justo
orgullo
su visible
simmpatia
y el aprecio
con que
él
trataba
cada momento
de existencia,
con una
fe inquebrantable
que sólo
las grandes
alunas
saben
tener.
Si,
no estuirese
su paso
tan cerca
en el
tiempo
y en el
espacio,
pues hace
tan pocos
días
que nos
dejó,
creo que
nuestra
consideración
sería
todavía
mayor.
Nathércio
França
fue sin
duda un
momento
inolvidable
de nuestra
vida.
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