Discúlpeme
estar escribiendo tan
tarde, considerando
ya pasados tantos días
de las conmemoraciones
de los veinte años
del conservatorio Lorenzo
Fernández, sin
ningún favor,
una gran fiesta de amor.
Discúlpeme y
también a todos,
Doctora Marina, a todos
los que, sólo,
en el silencio, disfrutamos
de la admiración
y la devoción
por su trabajo de tantos
años, de tanto
tiempo.
No
fue por olvido, ni mío,
ni de nadie, pues todos,
cada uno en particular
y juntos, formando una
gran corriente, todos
nosotros, simpatisamos
con la señora,
con una admiración
y ternura, que hasta
para los más
sentimentales es bastante
incomún.
Dejamos
de escribir antes, mas,
no dejamos de manifestarnos
ahora, pues corazón
no faltó en la
hora de vibrar, en el
mirar de lejos de alegría
de todos los que trabajan
y viven el dá
a día en su escuela.
Aunque,
la vibración
fue tanta que en aquella
noche en la Catedral
con la orquestra del
Profesor Magnani casi
estremecieron la retreta
de tanto barullo y del
entra y sale.
Es
así Doña
Marina. Es así
la vida de trabajo.
Estamos juntos y estamos
separados, cada uno
luchando por su lado,
es así que con
muchas reuniones todos
los días, problemas
traspasando problemas,
vidas marcando vidas
en encuentros y desencuentros
en una lucha sin tregua.
La
propia señora
hace milagros al conseguir
casi lo imposible viviendo
para el mundo de jóvenes
de todas las edades
– desde los diez
hasta los sesenta que
buscan diariamente el
Conservatorio. Y como
vive Doña Marina.
Con qué desprendimiento.
Feliz, feliz, siempre
confiante, bien humorada,
envuelta en un suave
manto de juvenil interés
por todo el que respira
cultura.
Es
lindo el mundo com gentes
así como la señora,
Doña Marina.
Es lindo tener amigos,
amigas, colegas, que
trabajan a su lado,
absorviendo en todos
los momentos su entusiasmo,
su amor al arte, su
amor de verdad. Es bueno,
Doña Marina,
es bueno.
Nuestro
tiempo precisa de afecto,
de suavidad de la tierra
belleza. Sobretodo,
de los valores eternos
del arte y de la ternura
del bien vivir, del
saber aprender y enseñar.
Muchas
gracias Doña
Marina, por los veinte
años de transformación
de la mentalidad de
ese pueblo tan sufrido
de la ciudad de Montes
Claros, de ese pueblo
que siempre fue bueno,
mas que precisaba de
una tesitura de comprensión
que sólo el arte
puede ofrecer. No quiere
decir con ello que no
existan ser aquí
sutilezas de inteligencia
con antelación
a la señora,
que no hubiese sensibilidad.
Siempre hubo.
Ahí
para garantizar, está
nuestro folclore, la
historia, la literatura,
la prensa, marcos del
humanismo y del interés
por las cosas del espíritu
y del corazón.
Mas,
lo que quería
reafirmar, Doña
Marina, es que su suave
perseverancia su encantadora
disposición para
trabajar y amar transformaron
las consciencias y hoy,
Montes Claros es una
ciudad mucho más
rica, rica en belleza.
Muchísimas
gracias Doña
Marina. Los que van
a vivir la saludan y
piden un pasaje.