Eso
mismo! Quién
no siente nostalgia
del circo? Quién
no guarda, alla
adentro, en lo más
profundo del alma,
una nostalgia infantil
de la primera alegría
sentida en el circo?
Quién
no se recuerda del
primer payaso viejo
de ropas coloridas,
anchonas, llena
de vuelos, estira-encoje,
queriendo caerse
a toda hora?
Quién
no se recuerda del
payaso más
joven haciendo bromas,
pestañeando,
equilibrándose
como Juan el bobo,
dando piruetas alrededor
de sí mismo,
triste y alegre
al mismo tiempo?
Quién
no conserva en la
mente la visión
de las jovencitas
bonitas, de los
niños y jovencitos
bien alimentados,
del fuerte y del
canoso dueño
del circo, domador
vestido de negro
lamé, de
todos los que sustentan
con fuerza el equilibrio
del mundo?
Quién
no se recuerda?
Claro,
que cada uno tendrá
un universo de recuerdos
de un nuevo o de
un viejo circo,
dependiendo de donde
nació y de
donde vivió
los primeros años
de vida, en una
ciudad pequeña
o en una ciudad
grande.
En
nuestros recuerdos
habrá siempre
un circo. Un circo
pobrecito de piso
de tierra, de lona
ahuecada y sin colores,
de leones ya viejos
sin dientes, de
bicicleticas viejas,
o entonces, de una
vision de brillo,
de rico lujo, de
madreperlas con
magos importantes
creando mil fantasías
de conejos y banderas,
con muchachas rozagantes
de salud, niños
rubitos volando
en los trapecios,
todo pareciendo
más un sueño
despierto.
Claro
que cada uno de
nosotros guardará
una forma lírica
de lindos recuerdos,
una nostalgia gustosa
del primer encuentro
con el circo, jamás
deshecha en nuestra
memoria y en nuestro
corazón.
Nada
existe más
delicioso que el
primer espetáculo
de circo.
No
fui, aunque haya
nacido en San Juan
del Paraíso,
una pequeña
ciudad, un niño
que entrara gratis
en los circos.
Primero,
porque no era de
correr detrás
del payaso, gritando
la propaganda para
recibir una entrada.
Segundo,
porque no tenía
corage para entrar
por debajo de la
lona, escondido,
como hacían
los colegas de la
escuela y de la
calle.
Mi
padre tenía
siempre que pagar
mis entradas, cuando
yo no conseguía
ganar dinero vendiendo
cosas en la feria,
en las mañanas
de los sábados.
En
el circo, con papeleta
paga, yo entraba
siempre de ropa
limpia bien almidonado
por mamá,
los zapatos brillando,
el pelo liso de
gel o de brillantina,
llevando la mejor
silla de nuestra
sala de visitas.
El
niño que
iba sucio y descalzo,
casi siempre tenía
que ayudar al payaso,
o por lo menos servir
de criado en los
momentos de intervalos.
Y
como hacer eso,
a la vista de las
enamoradas?
Hace
poco tiempo fuí,
en Mirabela, a un
circo pobrecito,
de lona casi cayendóse
a los pedazos, un
piso polvoriento
que daba dolor,
las bancadas eran
tan viejas que el
próprio vendedor
de las entradas
las llamaba de gallinero.
La
trapecista y el
equilibrista, los
pobres, uno no sabía
si admirarlos o
sentir pena de ellos.
Parecía hasta
la historia del
circo de Adauto
Freire. La historia
de un circo que
acabó en
Bocaiúva,
que él cuenta
con mucha gracía.
Mas que cosa gustosa,
cuanta nostalgia
mataba en uno!
Lo
que estaba en Mirabela
también era
un circo! Era un
circo y tenía
payaso! Un payaso,
aunque descalzo
como, aquel del
pobre circo, representaba
un mundo de fantasías,
un maravilloso elenco
de gestos y manías
una poesía
eterna de un dulce
sufrimiento que
para los despreciados
hacen de la vida
un alegre motivo
de vivir.
Un
payaso, sabiendo
ganar y sabiendo
perder, siempre
depportivamente
y bien conformado,
es lo que mejor
representa al circo,
es un poco de todo
lo que nosotros
deberíamos
ser, tal vez como
la única
manera en que podríamos
actuar para nunca
dejar de ser felices.