Escribir sobre usted

Wanderlino Arruda

Es claro, que me encanta escribir sobre las personas, la mayoría de las veces, hablando bien, diciendo las cualidades positivas, del esfuerzo personal del gusto de vivir de las santas locuras en que vivimos. A mí me gustan las cosas y hablo de cosas, de acontecimientos, principalmente de los pequeños eventos que sólo al observador aparece la impresión y en el registro de las retinas. Mi placer personal es siempre hablar de las personas, persona simple, persona bien intencionada, persona que, aunque errando tiene siempre el mérito de buscar el acierto para el bien común. Hablo siempre de mis amigos, vivo mis recuerdos, recojo en cada hecho el lado colorido, la musicalidad mejor. Y hago esto conscientemente, sin miedo de repetición, sin temor de la crítica, cierto de que es necesario que alguien escriba sobre el lado bueno, el lado alegre de la vida, sin el pesimismo de las editoriales y sin la sangre de las últimas páginas de los periódicos repletos de crímenes y espertezas.
Y como escribo siempre hablando bien de las personas, encuentro comúnmente amigos que quedan satisfechos, que ganaron nuevo aliento existencial viendo reconocidos sus méritos, vivenciados sus recuerdos agradables, sus nostalgias. No existe medida humana para una sonrisa de alegría, un sentimiento de amistad reconocido, un mimo de vanidad que cada uno trajo bien escondida en el rincón del alma. Bien entendido, a mí no me gusta hablar de los vanidosos de los que solamente pueden brillar por la fuerza de la riqueza o de la prepotencia, verdadera o falsa. Nada peor que los deslumbrados, los exhibicionistas del cuerpo y de la cultura. El bien de la vida es la naturalidad, el toque familiar, las características de la cuna, no importando si esta cuna sea noble o plebeya, la riqueza y la raza no hacen a nadie. El bien de la vida es el esfuerzo de aceptación o adaptación a las reglas del comportamiento civilizado. Lo bueno de la vida es tener la família, criaturas amigas a quien respetar, a quien ofrecer o de quien recibir consejos, aprobación, cariño. Eso si es ser persona buena, y ellas existen en todas las clases sociales y en todas las profesiones, útiles y aceptables en el progreso del mundo.
Y viene usted y me pide que escriba sobre su persona en que creo y que pienso sobre su manera de ser, de vivir, su papel en este bello teatro de la vida. Viene usted con el lindo deseo de ser fotografiada en palabras contenidas mágicamente como personaje en el mundo de los adjetivos, en la fuerza de las formas verbales, este colorido y diáfano del sueño o de realidad del cronista. Viene usted y me pone en aprieto por escribir de forma dirigida con determinación pragmática, pues, sé muy bien, que la crónica debe ser, ante todo, espontánea, fluída, leve, tan libre como la brisa o el mirar de una, ¡joven muchacha! ¿Y qué decir? El simple hecho de escribir sobre mis amistades, ya indica que, a mí, me gustan todos, que aprecio sus cualidades, que tolero sus defectos, que los veo con los ojos de quién juzga cierto aquel lado honesto y justo de cada uno. Y claro que usted es importante, tan importante y elocuente en la vida, que sin usted, el mundo no sería el mismo, sería un mundo menor, sin una persona sinceramente interesada en la vida.
Y, dicho esto, le deseo un mundo lleno de felicidades, la certeza de la fé en un destino bueno, aquella perpetuidad de sobrevivencia de la alegría, y sentir que nunca estamos aislados como criaturas del Poder Divino. La vida, hoy triste, mañana llena de sentimientos positivos será siempre un ¡manantial de amor! El acto de vivir por más simple o complicado que sea, es siempre agradable y gratificante. Basta decir que, de todas las realidades existenciales, la más concreta es la “vida”, tan concreta que la própia muerte, no pasa de mera transformación para una ¡vida mejor!
No perdamos tiempo, seamos felices, que esta es nuestra finalidad, acá y en cualquier parte.